Una de nuestras constantes inquietudes, tal como reflejamos en estas páginas y en nuestro trabajo diario, es el estudio e investigación en torno al concepto de «piel del edificio». Con él hacemos referencia al exterior de los edificios, la fachada, elemento diferenciador y casi independiente, susceptible de creación, renovación y remodelación funcional y estética.
En el diseño que presentamos este mes, secciones individuales del patrón de la fachada giran en el eje vertical, de forma que su ángulo, adaptable a cada momento del día, permite regular la radiación solar que entra en el edificio. En el aspecto visual, estas secciones generan geometrías múltiples, elegantes y atractivas. Por lo demás, su patrón interior puede definirse de forma personalizada, sin variar el concepto estructural, para que su apariencia responda a diferentes criterios estéticos, de acuerdo con las necesidades de cada proyecto o de su situación geográfica. Por lo demás, el sistema de placas modulares facilita la variación de escala, tanto para los elementos como para el conjunto. Por todo ello, su fabricación e instalación se adapta de forma orgánica a proyectos con plazos y costes limitados.
¿Por qué no desarrollar fachadas que se adapten a las condiciones climáticas cambiantes? ¿Por qué no optimizar al mismo tiempo, mediante ellas, la eficiencia energética de los edificios y la comodidad de sus ocupantes y usuarios? ¿Son acaso incompatibles estas mejoras con su belleza final? Precisamente, nuestra investigación da respuesta a estas preguntas. Llueva o luzca el sol, sea cual sea el ángulo de incidencia de los rayos solares, caiga la noche o amanezca, esta piel o fachada se adaptará a las circunstancias y reducirá sustancialmente las necesidades operativas de un sistema mecánico de ventilación o calefacción.