Cuando mi abuela era pequeña, hacer la compra representaba una excursión a comercios dispersos que ocupaba gran parte del día. Ahora encontramos todo en el centro comercial.
Me cuenta mi madre que en su infancia llegaban en verano los feriantes, y montaban durante una semana atracciones como tiovivos, norias o el Tren de la Bruja. Ahora podemos pasar el día entero en un parque temático.
En cambio en mi época, los pasatiempos más modernos eran los pinballs de los salones recreativos, y disfruté con la aparición de los primeros videojuegos como Pac-Man o Asteroids. Esos sitios se han convertido ya en lo que mis hijos conocen como Centro de Ocio Familiar (FEC, siglas en inglés de Family Entertainment Center).
Al igual que otras evoluciones del siglo XX, el ocio urbano (o del extrarradio) han pasado de la oferta de un producto a la propuesta de una experiencia. Ya no se trata de jugar al último juego, los expertos en marketing saben que la tecnología se supera en poco tiempo y que lo único que puede perdurar es la marca. Y para fidelizar clientes a las marcas intentan hacernos partícipes de ellas, vivirlas. Por eso procuran englobar todas las necesidades posibles en una sola experiencia: verse y ser visto, comer, beber y comprar, pasar el tiempo en familia o con amigos.
También los Centros de Ocio Familiar del siglo XXI van a ser muy diferentes a lo que conocemos hasta ahora. De momento siguen siendo (en su gran mayoría) una cafetería junto a una piscina de bolas, o una amalgama de dispositivos para entretener a los adolescentes mientras los padres hacen las compras. Pero ya comienzan a aparecer instalaciones apoyadas por potentes marcas, y en los que uno puede disfrutar durante medio día o incluso un día entero. Desarrollando todo tipo de actividades sin tener que desplazarse grandes distancias. Instalaciones a medio camino entre el centro comercial, el parque temático y el salón recreativo: el FEC del siglo XXI.