Desde los consejos de Al Ghazali (1058-1111) a los fieles sobre cómo comportarse al viajar, y las legendarias aventuras de Ibn Battuta (1304-1368), quien recorrió más naciones y kilómetros que Marco Polo, el concepto del viaje (safar) está profundamente arraigado en la cultura musulmana. No sólo porque el peregrinaje a la Meca sea el quinto pilar del Islam, sino porque el hecho de viajar se considera fundamental para el desarrollo intelectual y espiritual de cualquier persona.
Se estima que el gasto total de los musulmanes en viajes y turismo (excluyendo el Hajj y el Umrah) alcanzó los $150.000 millones en 2015, lo cual supone un 13% del gasto total mundial en esta actividad. Y se le estima uno de los crecimientos más espectaculares del mundo para alcanzar los $240.000 millones en 2020. Si este volumen tuviera su origen en un único país, ocuparía el tercer lugar en el ranking mundial de mercados emisores, sólo detrás de China y los EEUU.
El término halal se puede traducir como “permisible”, y los no musulmanes lo suelen usar para describir un tipo determinado de alimentos. Sin embargo, también se usa para definir una forma de turismo en el que los servicios, las instalaciones y las actividades ofrecidos son respetuosos con principios islámicos. Esto incluye muchos aspectos más allá de la comida y la bebida, como pueden ser la configuración de las habitaciones de un hotel, el uso de zonas comunes, la selección de personal e incluso aspectos financieros.
Son numerosos los ejemplos de empresas que se han centrado con éxito en el ofrecimiento de servicios halal (como la central de reservas Halalbooking.com, la cadena turca Adenya Hotels o la línea aérea malaya Rayani Air), que resaltan el crecimiento de este segmento.
Hay que tener en cuenta algunos retos que ello supone, como atender a la vez las necesidades de musulmanes y no-musulmanes sin alienarse mutuamente. Pero la tendencia mundial apunta un futuro próspero para este sector. La gran herencia viajera del Islam perdura.